Las malvadas compañías de alimentación norteamericanas
maltratan nuestros cuerpos con sus mejunjes mefíticos. Unos alimentos
artificiales en los que se mezclan los tres grandes enemigos del cuerpo humano.
A saber: azúcar, grasa y sal. Y con sus ejércitos de ingenieros y publicistas, estas compañías nos están transformando en verdaderas bolas humanas.
Este sería un resumen muy resumido del libro de Michael Moss.
Una obra concebida desde su origen para converirse en un Best Seller. Dentro de la escuela del ensayo de
masas en Estados Unidos, siempre hay que tener en cuenta dos factores: que la
historia se pueda contar fácilmente (si tiene algunos datos sorprendentes,
mejor) y que haya un "malo" contra el que cargar las tintas.
En lo primero, lo cierto es que el autor no es tan claro como
debería. O mejor dicho, buscando tanta claridad, deja de lado el pequeño
problema de que la realidad es siempre más compleja de lo que querríamos.
Michael Moss nos explica la historia de la industria de
alimentación en EEUU, y su espiral de maldad. Pero deja de lado el hecho de cómo
la sociedad ha evolucionado durante los últimos cincuenta años. Nuevos
productos han venido a llenar huecos creados por nuevas formas de vivir, de
relacionarse y de educar a los hijos.
Sin embargo, lo peor de libro es cuando se pone a elegir a
los malos de la historia. Y claro, aquí vende más que sean las grandes
compañías de alimentación antes que poner de vuelta y media a los lectores.
Es cierto, esas compañías (como todas) buscan siempre antes
fomentar las ventas que hacer productos sanos, naturales y equilibrados. Pero
también es cierto que los que compramos y comemos guarrerías lo hacemos si
tener una pistola en la cabeza.
Porque, al final, lo malo no es tomar una coca cola de vez
en cuando. Ni una hamburguesa. Ni un donut. No. Lo malo es convertir esos
productos en la base de nuestra alimentación. Y eso, estimado Michael, los
norteamericanos lo han hecho ellos solitos. Aunque hayan contado con un poco de
ayuda.
Si yo quiero que mis hijos coman sano, no se me ocurre
ponerles de merienda cada día un refresco y un bollo (aunque los tomen de vez
en cuando). Hay gente que si lo hace. Por comodidad, por no querer negarle ningún capricho a sus retoños, porque a ellos también les gusta esas porquerías, o por lo que sea. Y son sus hijos los que pagan las
consecuencias.
Y el argumento del nivel cultural de los padres no se puede usar en una
sociedad que está ahíta de información. No hay que hacer un master para darse
cuenta de que comer todos los días pizzas, o hamburguesas, con una botella de coca
cola y un helado de postre no es demasiado bueno.
La mayor parte de los productos de comida preparada que se
lanzan cada año no funcionan. Si los que tenemos ahora en los supermercados han
conseguido pasar el corte es porque la gente los compra. Echarle la culpa a los
fabricantes no va a resolver el problema. Pero eso sí, vende más libros que
llamar idiotas a tus lectores.