miércoles, 11 de septiembre de 2013

Libros para crecer leyendo




Los que siempre hemos disfrutado con un libro en la manos, normalmente queremos pasar el testigo a las nuevas generaciones cuando tenemos hijos. No es nada raro. Les pasa lo mismo a los que les gusta la música, el fútbol, la caza o el tunning.

Es algo tan simple como querer compartir lo bueno con los que queremos. Bueno porque nos gusta. Y en el caso de los libros, bueno porque permite crecer a los que van aprendiendo a leer.

Lo malo es que, a veces, tenemos las referencias un poco oxidadas. Todavía recuerdo cuando uno de mis tíos me recomendó las aventuras de Guillermo. Llegue a echarles un vistazo, pero el caso es que nunca me llegaron a enganchar. Ya me parecían cuentos demasiado viejos cuando yo era niño. Y es que, realmente, eran viejos.

Aunque la literatura infantil o juvenil existe desde hace tiempo, no hay que olvidar que el lenguaje evoluciona. Y la sociedad. Por eso, cuando nos ponemos a aconsejar a los niños sobre qué libros les pueden gustar, tenemos que ser conscientes de que, a su edad, nosotros vivíamos en otro siglo. En sentido literal y figurado.

Recuerdo todavía como me enganché al primer libro que cayó en mis manos. Siempre había sido un gran aficionado a los tebeos. Zipi y Zape, Sacarino, Pepé Gotera, Otilio, Carpanta… y los mejores: Mortadelo y Filemón.

Pero resulta que una tarde, cuando estaba en la cocina, vi un libro abandonado por una de mis hermanas. Lo abrí con desgana, ya que casi no tenía dibujos y comencé a leerlo. Horas más tarde seguía amarrado a las aventuras de unos chicos que acampaban en medio de unos páramos y que comían cosas raras.

Nunca abandoné a Ibañez. Pero ese libro de Los Cinco me abrió la puerta a un mundo nuevo.

Enid Blyton supo conseguir lo que muy pocos escritores han logrado. Si de Wodehouse se dijo que había creado un mundo perfecto más allá del bien y del mal, lo mismo se podría decir de Blyton. Las aventuras de los Cinco, los Siete Secretos y similares se desarrollan en una especie de limbo maravilloso. Y qué decir de esos colegios internos, testigos de festines de medianoche que han provocado la envidia de todos los que han sabido de ellos.

De aquellos viajes extraordinarios recuerdo autores que se convirtieron en verdaderos continentes. La primera fue Tove Jansson, una autora finlandesa que contaba en sus libros las aventuras de unos peculiares bichillos. La familia Mumin pudo ser el libro que más veces leí en aquellos años.

Sin embargo, cuando crecí un poco, me incliné pronto por los autores de aventuras. Mis favoritos eran los tres magníficos: Jack London, Rudyard Kipling y Stevenson.

Con el primero aprendía a amar el norte, la soledad, los bosques y los animales. Con el segundo descubrí lo que era la amistad, el honor y el sentido del deber. Con el tercero, aprendí todo. Todas sus obras son buenas, pero las novelas que más me impactaron fueron Colmillo Blanco, Stalky y Co. y El señor de Ballantrae. Sobre todo esta última.

Los tres magníficos no fueron los únicos. Salgari, Conrad, Defoe o Mark Twain también me acompañaron durante años y años. Otros surgían de vez en cuando con libros sueltos. Y luego estaba el que lo escribió todo: Julio Verne.

A los libros de Verne, suelen sobrarles capítulos enteros, pero pocos le han ganado en imaginación con lógica. Sus obras de ciencia ficción se apoyan firmemente en las dos patas que dan nombre al género.

Aunque, en mi caso, el libro de Verne al que siempre he vuelto es Dos años de vacaciones. Una obra que promete ya desde su propio título. Y que se convierte en uno de mejores ejemplos de la robinsonada (ese género del que me declaro enamorado).

Otro género que despierta mis pasiones más altas es el de la supervivencia tierra adentro. Una especie de robinsones de secano. Aunque este tipo de libros se ha prodigado más en Estados Unidos (por eso de que, para perderse hacen falta hace grandes espacios vacios), Inglaterra también ha dado varios obras. Una de mis favoritas es Brendon Chase.

En cuanto a la magia, nunca antes ha existido en el género un héroe como Harry Potter. Aunque realmente sus libros buenos de verdad son los dos primeros de la saga. En el tercero se le empieza a ir un poco la olla (o el caldero). Y los cuatro últimos parecen directamente subcontratados.

Mientras que al principio era capaz de contarlo todo en un puñado de páginas, al final Rowling necesita cienes para hablar de naderías. Pero su obra es realmente holística. Hasta en eso recuerda a Enid Blyton, la otra inglesa grande entre las grandes.

No llegué a navegar los mares de la novela policíaca, por lo que me he perdido muchas horas de diversión. A veces me arrepiento un poco por haber pasado al lado de Conan Doyle, Agatha Christie y demás fauna, sin dejarme llevar por sus cantos de sirena.

Por donde sí que me aventuré fue por los cielos de la ciencia ficción. Me abrió la puerta Asimov, y pronto ya estaba trasteando con Bradbury, Harry Harryson o Stasnislaw Lem. Años más tarde abandonando el género poco a poco, pero no sin haber descubierto antes el genial Juego de Ender (que muy pronto se pondrá de moda otra vez).

Este es el bagaje de mi infancia lectora. Pero, como he dicho antes, son maletas cargadas de libros viejos. Muchos de ellos seguirán robando el sueño a niños durante mucho tiempo. Pero hay que ir con cuidado a lo hora de manejarlos. No siempre es tan fácil entrar en ellos como queremos creer al fiarnos de nuestros recuerdos infantiles. Hay pues que buscar savia nueva.

De los actuales, creo que merece la pena destacar algunas sagas que he comprobado que funcionan. Gerónimo Stilton puede servir como introducción al mundo de los libros. Antes de él se leen cuentos. Pero con Gerónimo ya hay que decir eso de “no te dejes el libro por ahí tirado”. Es un salto que implica calidad en el lector, más que en la lectura.

Otra saga que engancha es la del pequeño vampiro. Y todavía sigue funcionando muy bien el pequeño Nicolás. O Las Fieras FC. O Fairy Oak. Entre otras muchas. Hay tantas, que lo mejor es recurrir al método científico por excelencia: prueba-error.

El salto les suele llevar a conocer luego a Harry Potter, Percy Jackson o similares. Es un salto intermedio. A partir de ahí los gustos se refinan y se suele producir una separación de caminos. Unos llevan a la ciencia ficción, hoy en horas bajas. Otros a la llamada literatura fantástica (desde Tolkien para abajo). Algunos más modernillos se desviarán por historias de zombies, licántropos y chupasangres. Muchas de ellas devorarán sagas y sagas cargadas de románticos y lánguidos personajes.

Llegados a este punto, más que dirigir hay que compartir. Ya no descubrimos mundos completos, ahora es cuando empieza el trabajo fino. El de conocer gustos y ajustar consejos al milímetro. No tanto porque nos guste a nosotros, como pensando en lo que realmente les va a emocionar a ellos.