martes, 6 de agosto de 2013

Sugar, Fat, Salt



Las malvadas compañías de alimentación norteamericanas maltratan nuestros cuerpos con sus mejunjes mefíticos. Unos alimentos artificiales en los que se mezclan los tres grandes enemigos del cuerpo humano. A saber: azúcar, grasa y sal. Y con sus ejércitos de ingenieros y publicistas, estas compañías nos están transformando en verdaderas bolas humanas.

Este sería un resumen muy resumido del libro de Michael Moss. Una obra concebida desde su origen para converirse en un Best Seller. Dentro de la escuela del ensayo de masas en Estados Unidos, siempre hay que tener en cuenta dos factores: que la historia se pueda contar fácilmente (si tiene algunos datos sorprendentes, mejor) y que haya un "malo" contra el que cargar las tintas.

En lo primero, lo cierto es que el autor no es tan claro como debería. O mejor dicho, buscando tanta claridad, deja de lado el pequeño problema de que la realidad es siempre más compleja de lo que querríamos.

Michael Moss nos explica la historia de la industria de alimentación en EEUU, y su espiral de maldad. Pero deja de lado el hecho de cómo la sociedad ha evolucionado durante los últimos cincuenta años. Nuevos productos han venido a llenar huecos creados por nuevas formas de vivir, de relacionarse y de educar a los hijos.

Sin embargo, lo peor de libro es cuando se pone a elegir a los malos de la historia. Y claro, aquí vende más que sean las grandes compañías de alimentación antes que poner de vuelta y media a los lectores.

Es cierto, esas compañías (como todas) buscan siempre antes fomentar las ventas que hacer productos sanos, naturales y equilibrados. Pero también es cierto que los que compramos y comemos guarrerías lo hacemos si tener una pistola en la cabeza.

Porque, al final, lo malo no es tomar una coca cola de vez en cuando. Ni una hamburguesa. Ni un donut. No. Lo malo es convertir esos productos en la base de nuestra alimentación. Y eso, estimado Michael, los norteamericanos lo han hecho ellos solitos. Aunque hayan contado con un poco de ayuda.

Si yo quiero que mis hijos coman sano, no se me ocurre ponerles de merienda cada día un refresco y un bollo (aunque los tomen de vez en cuando). Hay gente que si lo hace. Por comodidad, por no querer negarle ningún capricho a sus retoños, porque a ellos también les gusta esas porquerías, o por lo que sea. Y son sus hijos los que pagan las consecuencias.

Y el argumento del nivel cultural de los padres no se puede usar en una sociedad que está ahíta de información. No hay que hacer un master para darse cuenta de que comer todos los días pizzas, o hamburguesas, con una botella de coca cola y un helado de postre no es demasiado bueno.

La mayor parte de los productos de comida preparada que se lanzan cada año no funcionan. Si los que tenemos ahora en los supermercados han conseguido pasar el corte es porque la gente los compra. Echarle la culpa a los fabricantes no va a resolver el problema. Pero eso sí, vende más libros que llamar idiotas a tus lectores.