miércoles, 30 de octubre de 2013

La dieta perfecta



Pocas cosas generan tanto tráfico en internet como el titular de esta entrada. Sólo hay que ver las listas de los libros más vendidos de Amazon: siempre hay varios sobre el tema. Así que está claro que el asunto de las dietas es algo que interesa a la gente. Y no es de extrañar.

Toda la humanidad lucha por alcanzar la dieta perfecta. Por desgracia, la mayor parte la busca desde abajo. Su lucha diaria es la de conseguir cada día suficiente alimento para ellos y para sus familias.

Pero para otra pequeña parte de la humanidad, el problema es muy diferente: como evitar las consecuencias lógicas de comer demasiado. Y como no soy dietista ni médico, mi objetivo es hablar sólo de sentido común.

Lo primero que me dicta mi cabeza es el de ver la nutrición desde su lado más materialista, dejando todos los aspectos supuestamente éticos, místicos o religiosos a un lado. Concretamente al lado de la basura.

El hecho es muy sencillo: comemos para seguir viviendo, como cualquier otro animal. Y como ellos, tenemos un pasado. A pesar de que a veces se nos olvide cuando hacemos la compra en el super. Nuestro pasado determina nuestro presente en muchos aspectos, entre ellos la alimentación.

Somos animales omnívoros y nos hemos alimentado siempre de raíces, hojas, frutas, insectos, gusanos, animales muertos, animales casi vivos, congéneres…

Desde un punto de vista puramente físico, podemos subsistir casi con lo que sea. Dietas muy variadas o dietas casi monolíticas. Pero que hayamos comido de todo no quiere decir tampoco que todo sea igual de bueno para nuestros cuerpos.

Sobre todo teniendo en cuenta que el origen de nuestros alimentos ha cambiado más rápido que nosotros mismos. Hoy hay muchos factores que considerar a la hora de sentarse a la mesa. Y aquí es donde interviene el sentido común para dar con la dieta perfecta.

Para empezar, hay que asumir que esa dieta no existe. Todos los hombres somos iguales. Pero también diferentes en mayor o en menor medida. Y además, no tenemos los mismos gustos, ni las mismas materias primas a nuestra disposición. Por no hablar de la cultura que nos ha visto crecer. A pesar de la globalización, todavía sigue habiendo muchas diferencias a la hora de prepararnos la cena cada día.

Pero incluso teniendo en cuenta estas diferencias culturales, personales o geográficas, sigue habiendo reglas básicas para todos.

Variedad: aunque los esquimales son un ejemplo de dietas monolíticas (o casi) las dietas variadas son una buena apuesta. Comer siempre lo mismo no sólo es aburrido, también suele ser perjudicial para la salud.

Por un lado, que un alimento sea sano o no depende en gran parte de la cantidad que nos metamos entre pecho y espalda. Una fabada al año no hace daño. Una cada día nos llevará a la tumba más pronto de lo previsto. Y eso vale con casi todo, por muy verde que parezca. Incluso la fruta nos puede matar si no comemos otra cosa.

Además, en nuestro mundo moderno tenemos que tener en cuenta un pequeño problema que hace milenios no existía: el veneno. Hemos envenado tanto nuestro entorno que la variedad en la alimentación nos permite ingerir tan sólo pequeñas porciones de diferentes venenos, sin sucumbir a ninguno de ellos.

Pesticidas, herbicidas, fungicidas, metales pesados, hidrocarburos… Todo acaba en nuestros platos. Así que mejor que contemos con ellos, para no pasarnos de la raya. Hasta los gobiernos nos empiezan a avisar de que alimentos tradicionalmente sanos quizás no lo sean tanto. Por ejemplo, el pescado.

Nada más rico y repleto de omega tres que una buena sardina, o atún, o merluza. Y lo cierto es que sí, pero no. Los peces acumulan gran cantidad de metales pesados, por lo que si decidimos eliminar la carne de nuestras vidas y entregarnos al alegre consumo de pececillos lo llevamos claro. O más bien, negro.

Por eso, en la variedad está el gusto. Y si no lo está todavía, que lo vaya estando cuanto antes.

Pirámide: Omnívoro no quiere decir “como sólo lo que me da la gana”. Hemos evolucionado en cierta forma como nuestros parientes más cercanos,  por lo que deberíamos comer más insectos que peces o vacas. Y más frutas y vegetales que proteínas animales.

Traducido al idioma de la tienda de la esquina, todo esto quiere decir que sigamos un plan piramidal. Que además es lo que nos han explicado desde siempre en el colegio. Muchos cereales, semillas, raíces, verduras, algas y frutas. Unos cuantos huevos y derivados lácteos. Y poca carne y grasa.

Si fuéramos hermanos de los ciervos, de los hipopótamos o de los lobos, nuestra pirámide sería distinta. Pero siendo lo que somos, mejor que tratemos de hacer caso a nuestros profesores de vez en cuando.

Industriales: No, gracias. Al menos, no de forma habitual. Se habla mucho de las maldades de hamburguesas y pizzas de cadena rápida. Pero casi es mucho peor lo que tenemos al alcance de nuestras manos en cualquier supermercado.

Galletas, bollos, pan de molde, sopas, caldos, conservas… Todo eso entra en nuestras casas por la puerta grande. Y con ellos entra una sobredosis de sal, azúcar y grasa. Que están muy buenas, pero que no deberíamos comer de forma indiscriminada. Ni continua.

Así que mejor repasar nuestros alimentos más habituales (los esporádicos no suponen tanto peligro) y tratemos de sustituirlos por algo un poco menos artificial. Puede ser más peligroso para nuestra salud un alimento teóricamente inocuo, pero que comemos todos los días, que un menú del burguer de vez en cuando.

Costumbres: El cambio no siempre es laborioso ni tiene porque afectar a nuestros bolsillos. Es más, a veces afecta pero en positivo. Tan sólo hay que comparar los productos, mirar con atención los componentes y, en la duda, volver a lo más simple y sencillo.

Se venden sobres de tallarines preparados que tardan más en hacerse que unos de verdad de la buena. Comer mejor y más barato no significa echar horas en la cocina, pero sí que hay que dedicar unos minutos previos en plantearnos las cosas.

Por ejemplo, siempre es mejor una bolsa de verdura congelada que una lata o bote de conservas. Cuando cocinemos, podemos hacer el doble de cantidad y congelar lo que sobre para más adelante. Un día al mes podemos hacer un montón de salsas y congelarlas en recipientes pequeños. Luego sólo hay que preparar un poco de pasta y tendremos una cena en quince minutos. Y así, con todo.

Cantidad: aunque en nuestro estado natural supongo que comeríamos siempre hasta hartarnos cuando tuviéramos algo que echarnos a la boca, lo cierto es que lo haríamos porque no tendríamos asegurada la siguiente comida. La vida salvaje es dura y no se puede uno andar con remilgos.

Pero en nuestro estado actual, la cantidad de comida debe responder más a lo que gastemos que a lo que nos pida el cuerpo. Así que conviene ser sensato también en este apartado. Que cebarse como un gocho no es sano, lo sabe cualquier cenutrio.

Y el resto: siempre, siempre, siempre que se habla de dieta, hay que hablar también de lo que nos rodea. Comer bien es el complemento perfecto de llevar una vida sana en todos los sentidos. De nada vale comerse una ensalada y unas verduritas, mientras seguimos haciendo cuerpo todo el día con el sofá. Así que, a mover el culo. Literalmente.

martes, 15 de octubre de 2013

One Summer: America, 1927



Uno de los placeres de la vida es leer un nuevo libro de Bill Bryson, Los hay mejores y los hay menos mejores. Pero la forma en la que consigue mezclar información y humor a lo largo de sus obras es realmente prodigiosa.

Aunque empezó escribiendo libros de viajes, Bryson se convirtió en un escritor mundialmente famoso hace tan sólo diez años con A Short History of Nearly Everything, un relato ameno y divertido de hasta dónde llega nuestro conocimiento del mundo que nos rodea.

Desde entonces, Bill Bryson nos ha recordado lo poco que sabemos de Shakespeare, ha indagado en los secretos que se esconden entre las paredes de nuestros hogares, ha recordado episodios de su infancia y ha dedicado parte de su tiempo a la lengua inglesa.

Ahora le toca el turno a la historia. En concreto a los años 20. Utilizando el verano de 1927, con el vuelo de Charles Lindbergh y el record de Babe Ruth como elementos centrales, analiza los momentos más destacados de toda una década.

Y no es una época elegida al azar. En esos diez años, ejemplificados en el verano de 1927, América sentó las bases sociales, políticas y culturales que marcarían la historia del siglo XX.

Bryson escribe un libro que es cómo deberían ser todos los libros de divulgación. Y demuestra que para ser entretenido y ameno no hace falta inventarse hechos con los que rellenar los ”huecos” de la Historia. Basta con ser honesto, ver la vida con humor… y saber escribir.

lunes, 7 de octubre de 2013

¿Quién mató a Nola Palmer?



Cuando te aconsejan algo encarecidamente, y te loan sus bondades, muchas veces solemos quedar decepcionados. Poner el listón muy alto es lo que tiene. Que luego hay que pasar por encima. Y si al final se queda corto, por mucho que suba, siempre parecerá poco.

Puede que sea esto lo que me ha pasado con el último libro de moda. Aunque creo que me habría decepcionado igual si hubiera salido de la nada. Es más, no creo que hubiera pasado el corte si no hubiera estado avalado por gente de confianza.

¿Pero cuál es problema que le encuentro a una novela que ha abducido a tanta gente? ¿No me estaré volviendo un poco pejiguera? ¿No será este un síntoma de que me estoy trasformando en un snob elitista?

Pues doblemente no. Teniendo en cuenta algunos de los libros que he leído (y disfrutado) últimamente, no creo que me pueda incluir en la nube de los divinos. Mis aficiones literarias siguen siendo caseras y campechanas (o algo peor). Así que el problema es otro.

El libro está bien escrito, cuenta una historia entretenida y es original en el planteamiento. Pero donde falla de verdad Joël Dicker es el ritmo. Hasta el chiste más bueno agradece su tiempo justo. Y en el caso de Harry Quebert, el tiempo es demasiado largo. Tirando a eterno.

A lo largo del libro, el autor compara la escritura de una novela con un combate de boxeo. Y creo que la metáfora no funciona bien del todo. Escribir no es golpear a los lectores hasta dejarles sin sentido. Puede que realmente ahí esté el origen del mal.

Al leer el libro, llega un momento en el que terminamos una página y pensamos que ya sólo nos importa enterarnos del final (ni siquiera leerlo, mejor que nos lo cuenten, que así terminamos antes).

Es el equivalente a mirar el reloj en el cine. La película todavía nos interesa un poco. Pero nos ponemos a pensar en lo que vamos a hacer luego, o en lo que hemos comido, o en lo que sea. La magia ha desaparecido y el encanto se ha roto.

Una de las referencias más claras de la novela es la Lolita de Nabokov (de hecho Joël Dicker le hace un pequeño homenaje cuando Harry escribe el nombre separando las letras: N-O-L-A). Pero según avanza la historia, nos termina recordando más a Twin Peaks que a cualquier otra cosa. Y ya sabemos cómo terminó la serie. Hasta el final de Lost o Los Serrano tuvieron más sentido.