Las tres últimas obras del ciclo también se leen en un suspiro. Son
relatos muy breves, pero que no deben engañarnos por su extensión. En ellas Éric-Emmanuel
Schmitt sigue contando historias en las que, como diría aquel, lo esencial es
invisible a los ojos.
La cuarta obra está ambientada en Bélgica bajo la ocupación nazi. Un
niño judío encuentra asilo en un orfanato bajo la protección de un sacerdote
que se convertirá en un verdadero Noé salvador de “especies” en peligro.
Si con la Dame rose Schmitt conseguía
hablarnos de un niño con cáncer terminal y no caer en tópicos lacrimógenos (más
bien, todo lo contrario), en L'Enfant de
Noé se adentra por otro terreno minado. Y sale vivo y coleando. Ya sólo le
falta escribir algo sobre la guerra civil española para alcanzar el grado de Gran
Maestro.
Con Le Sumo qui ne pouvait pas
grossir Éric-Emmanuel Schmitt cambia de registro y se traslada al Japón
actual. Es quizás su obra más floja, ya que ni consigue crear un ambiente
creíble ni la parte místico-religiosa tiene la fuerza del resto. Pero es amena.
Y corta.
El último capítulo de la saga hasta el momento se centra en las
enseñanzas de Confucio, trasmitidas por la responsable de los servicios de un
hotel en una ciudad de sur de la China moderna. Les Dix Enfants que madame Ming n'a jamais eus tampoco es su mejor
historia, pero no sólo mantiene el interés hasta el final, además consigue que
queramos ojear las obras y aforismos del filósofo chino.