El que sepa el nombre de un escritor australiano que levante la mano...
Pues eso. El caso es que la literatura australiana puede que exista. O puede
que no. Pero si existe lo hace en la alegre y relajada dimensión del hemisferio
austral. Otro planeta.
Por eso cuando una cadena de favores me llevó a descubrir a Kenneth
Bernard Cook lo primero que me sorprendió no es que fuera escritor, ni que
fuera australiano. Lo que de verdad me dejó atónito es que fuera las dos cosas
al mismo tiempo.
Kenneth Cook comenzó a escribir cuando estaba en el instituto. Luego
siguió con el oficio como periodista. Hasta que lo dejó para escribir su
primera novela, Wake in Fright, en la
que reflejaba sus experiencias no demasiado buenas en Broken Hill (un pueblo
perdido en el outback).
La novela tuvo muy buena acogida, y todavía hoy se considera que es su
mejor obra. De hecho, se llegó a hacer una película en 1971, que se ha
convertido en Australia en casi un film de culto. En su momento llegó a estar
nominada a la Palma de Oro de Cannes (el director luego se ganaría la vida con
Acorralado o Este muerto está muy vivo). En el resto del mundo pasó sin pena ni
gloria (por donde pasó).
Cook siguió escribiendo y produciendo películas. Fundó un partido político
y hasta llegó a montar una granja de mariposas (estas cosas sólo pasan en
Australia). Pero la fortuna fue desigual en sus aventuras. Y precisamente
cuando las cosas le iban peor que nunca, en bancarrota, enfermo y deprimido,
fue cuando se puso a escribir tres de los mejores libros de relatos que he
leído: The Killer Koala, Wombat Revenge y Frill-necked Frenzy. Tres libros realmente
divertidos plagados de historias del desierto australiano. Historias de otro
planeta.