Aunque ahora sean legión, sobre todo en verano, hubo un tiempo en el
que no existía la raza de los mochileros. De hecho hasta hace poco más de
cuarenta años, nadie le veía el placer a calzarse el petate al hombre y ponerse
a caminar hasta decir basta.
Ahora, con el campo lleno de marcas blancas y rojas (o flechas
amarillas), con guías y mapas específicos para cada ruta, con clubes privados y
organizaciones fomentadas por el departamento de turismo de turno, con miles de
webs y libros al uso, se nos hace raro echar la vista atrás y ver ese vacío.
Pero lo hubo.
Y uno de los que abrió por primera vez el camino de los mochileros (en
todos los sentidos) fue Colin Fletcher. A finales de los cincuenta y principios
de los sesenta hizo dos viajes larguitos. En el primero cruzo todo el estado de
California de abajo a arriba. Y en el segundo, que es el que nos ocupa, se
convirtió en el primero en atravesar el Parque Nacional del Cañón del Colorado
a pie.
El libro en el que cuenta su odisea refleja su amor por los espacios
abiertos, por la soledad, por la naturaleza y la historia de los sitios por los
que pasa. Y, sobre todo, por poner un pie delante de otro hasta que el día
acabe. Además, el título hace referencia a la estructura del Cañón, en el que
las capas de roca erosionadas por el río hacen que bajar hasta sus orillas
desde el borde se convierta en un verdadero viaje en el tiempo.
Es curioso lo poco que ha envejecido el libro, teniendo en cuenta que
ahora más de cinco millones de personas pasan cada año por los sitios descritos
en el mismo. Aunque da un poco de pena saber que con su labor de pionero estaba
destruyendo en cierta forma lo que él más amaba.
Años más tarde, Fletcher continuaría relanzando la afición al tren de
San Fernando con una guía para excursionistas, The Complete Walker (de la que se han ido publicando varias
ediciones). También escribió sobre sus experiencias en el valle del Rift y en
narró más viajes a lo largo del río Colorado.
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