Esta semana he visto ya turrones en las tiendas. La Navidad está a la vuelta de la esquina y la sombra del 2013
nos sobrevuela. Así que ya puedo ir haciendo un pequeño resumen de un año en
lecturas:
De lo viejo:
Lo bueno de volver a leer un libro es que vamos sobre
seguro. Recuperamos palabras, historias y estados de ánimo con la tranquilidad
del que se sienta a tomar un café con un viejo amigo. Patrick Süskind, Roy
Lewis, Wodehouse, Italo Calvino, Amin Maalouf, Maarten Troost, Tom Sharpe o
Alistair Maclean me han acompañado en momentos en los que me faltaba el ímpetu
de la novedad. Prefería descansar con ellos en el borde de la piscina después
de haber nadado unos cuantos largos por aguas desconocidas.
Escuchar El perfume y Por qué me comí a mi padre, ha sido un
placer renovado. Quizás sea esa la mejor manera de recuperar libros ya leídos,
a través de las voces de otros. Es lo que me ha pasado también con Calvino y
nuestros antepasados. Y con Maalouf y Leon el africano. Sobre todo si están
bien leídos, como ha sido el caso.
Otro que me ha vuelto a visitar ha sido Tom Sharpe. El año
pasado recuperé sus novelas sudafricanas y este año le tocaban a Blott y a
Peregrine. Troost y Maclean siguen siendo bienvenidos. Vivimos Kiribati
y China como si nos las estuviera contando ese viejo amigo del que hablaba
antes (pero con cervezas en vez de café). Y en cuanto al Mayor Jonathan Smith,
lo único que siento de verdad es que no haya habido más aventuras suyas (de la
mejor comida para la bestia, oiga).
Wodehouse, no ha vuelto porque nunca se ha llegado a ir. Hay
gente que lleva una estampita de un santo en la cartera. Yo llevo siempre una
novela del maestro.
No hay más que decir.
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