Hay personajes de ficción que viven suspendidos en el tiempo. Por ellos
no pasan los años. Pero otros no lo tienen tan fácil, y van acumulando en su
rostro las arrugas de la edad y las cicatrices de heridas pasadas. Los primeros
abundan. Los segundos ya no tanto.
Para mí el que mejor representa a estos héroes ligados al tiempo real
de la existencia es el Príncipe Valiente. Harold Foster comenzó a dibujar sus
aventuras allá por 1937, y le pasó los trastos a John Cullen Murphy en 1970,
cuando la artritis no le permitía ya seguir dibujando.
Durante 33 años, Valiente fue madurando, se casó y tuvo hijos que a su
vez fueron creciendo. Aunque todavía hoy se siguen editando las aventuras del
príncipe, lo cierto es que el personaje nació y murió con su creador.
Quizás no haya habido un cómic mejor elaborado, tanto en el guión como
en el dibujo. Foster pasaba trabajando una semana entera en la plancha que iba
a salir en la edición dominical de los periódicos.
Formalmente sus dibujos son impecables. Y la historia del príncipe fue
mejorando. Al principio las aventuras se sumergían demasiado en la fantasía, y el
armazón histórico hacía aguas por todas partes. Pero poco a poco Foster fue
afianzando los cimientos sobre los que construiría la vida de Val.
Guerras, intrigas, viajes, torneos, persecuciones, amores, vida
familiar, actividades cotidianas… A veces es difícil leer libros de historia
medieval y no imaginarse a los personajes y escenarios ilustrados por Harold Foster.
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