Lo que suele funcionar en ellos es un
planteamiento original y un ritmo de acción correcto. Lo que suele fallar: los
momentos en que los escritores caen en la trampa de pensar que escriben
Literatura. Cuando los personajes expresan sus sentimientos es cuando el libro
hace aguas. Y en el caso de Divergent,
tiene más boquetes que el Titanic.
Le pasa lo mismo a muchas películas de
palomitas. Funcionan mientras son conscientes del valor de lo que realmente
ofrecen: un rato entretenido (que no es poco). Pero dan vergüenza ajena cuando
tienen escenas trascendentales (en las que el director demuestra que es un
“artista”).
La historia de Divergent no es demasiado buena. Los personajes son muy planos y la
trama tiene más flecos que el vestido de una hippy. Pero por lo menos se podría
haber leído del tirón si la autora no hubiera cometido ese gran fallo: creerse
una Escritora. Y lo malo es que ese problema genera otro añadido (muy habitual
en el mercado americano): el tamaño.
Los Best Seller se venden al peso en Estados
Unidos. Para que un libro compita en los mostradores de los grandes almacenes
tiene que estar supervitaminado. De nada vale escribir una buena novela si no
pasa de las 300 páginas. Así que lo mejor es abrumar con ladrillos. Y si vienen
de tres en tres, mejor. Aunque sea a costa de lastrarlos tanto de
palabras innecesarias que les hace imposible navegar
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