viernes, 1 de octubre de 2010

Robinsoniada

De un libro puede nacer todo un género. Y si no que se lo digan a Daniel Defoe. Una de mis pasiones han sido desde muy pequeño las historias de gente perdida en una isla desierta. Y si, también fui de los que empezó a ver Perdidos con la ilusión del que se encuentra con viejos compañeros. Ilusión que se fue “perdiendo” por razones más que evidentes.


Pero a lo que iba: Robinsón en su isla. Un hombre sólo, más o menos, contra las adversidades. Cuando se publicó en 1719, el libro se convirtió rápidamente en todo un Best Seller. Y como le ha pasado al bueno de Dan Brown, muy pronto le salieron todo tipo de imitadores.

De entre ellos, hay unos cuantos que guardo en mi memoria juvenil con cariño. El de Defoe y su secuela los disfruté. Y aunque tiene casi 300 años, el ritmo y el lenguaje han envejecido bastante bien.

De entre los que le siguieron, los que mejor recuerdo son:


Los robinsones suizos (Johann David Wyss), La isla de coral (R.M. Ballantyne), Escuela de Robinsones (Julio Verne), El Robinsón del volcán (Fenimore Cooper) y Piraterías (de Emilio Salgari).

Sin embargo, hay dos que destacan entre el resto: El secreto de la isla y Dos años de vacaciones.


El primero no es exactamente un libro de robinsones, pero casi. Enid Blyton nos enseñó a muchos lo bien que se lo podía pasar uno sentado con un libro entre las manos. Las aventuras de los Cinco y las de los Siete Secretos fueron quizás sus obras más famosas. Pero para mí, la mejor de sus sagas era la de los Secretos, y el mejor libro, el primero, El secreto de la isla.

El segundo de mis favoritos me tenía fascinado: Dos años de vacaciones, de Julio Verne, al que más tarde Holding le sacaría una versión sombría en El señor de las moscas.

Lo que convierte a esta historia en algo diferente creo que son los protagonistas. Un grupo de niños, el mayor de 14 años, que deben organizarse para sobrevivir en un entorno hostil. Ya el título nos hacía soñar cuando éramos pequeños. Y todavía hoy merece la pena leerlo porque sigue fascinando igual a los niños de 11 años (comprobado).

Ah, y por supuesto, la isla tenía un mapa. Que es lo mejor que puede tener una isla si no tiene nada más.

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