En el mundo civilizado, los libros de humor son una cosa muy seria. Aunque, visto desde aquí, cueste creerlo. En España, cuando las librerías reservan un estante para el género, suelen llenarlo con recopilaciones de programas más o menos de broma (El club de la comedia, Gomaespuma, Buenafuente, La hora Chanante y similares) o con tomos que reúnen los mejores chistes de Lepe. Y no digo que estén mal, sobre todo los de Lepe. Pero lo cierto es que la comedia, en la literatura hispánica reciente, adolece de una cierta precariedad. Y eso que, en el Siglo de Oro, nuestros dramaturgos sabían cómo sacar una sonrisa de los espectadores. Luego vino el tío Paco con las rebajas.
Y es que la Comedia, con mayúsculas, es algo más que chistes. Mucho más: ironía, juegos con las palabras, situaciones absurdas… En fin, todo lo que define una película del género. Algunos autores patrios se adentran en sus procelosas aguas, desde Eduardo Mendoza a Elvira Lindo, pasando por Pepe Colubi o Pablo Tusset. Sin embargo, son esfuerzos aislados.
Para encontrar un corpus comicus en condiciones tenemos que viajar hasta las islas británicas. Allí, cultivan el arte de lograr una sonrisa leyendo. O una carcajada. Y, los que lo hacen, suelen pertenecer a dos grandes escuelas: la de la fina ironía y la del humor más basto.
Entre los primeros yo destacaría a Wodehouse, del que ya he hablado en otra ocasión. Esta escuela utiliza un humor basado, sobre todo, en el lenguaje y en las situaciones de enredo argumental. El resultado es elegante y divertido.
Los seguidores de la segunda escuela en el Reino Unido son legión (con Benny Hill a la cabeza). Su humor escatológico y verde a veces parece un poco infantil, muy cercano a los chistes de Jaimito. Sin embargo, hay escritores que lo han sabido dosificar con tramas y personajes realmente conseguidos. Tom Sharpe destaca entre ellos.
Su saga más famosa es la de Wilt. Me gustaron los dos primeros (Wilt y The Wilt Alternative), pero Sharpe exprime demasiado al personaje en los siguientes. En cualquier caso, la serie refleja perfectamente la marca de la casa: situaciones equivocas surgidas por la falta de comunicación de los protagonistas. Es decir, un personaje habla sobre el asunto A, mientras que otro personaje cree que en realidad se está hablando sobre B. Y de ahí, surgen momentos de confusión increíble.
Del resto de sus novelas, también me divirtieron mucho Blott On the Landscape y Porterhouse Blue. En ellas se burla de algunas de las tradiciones más típicamente británicas: su amor por el campo y los colleges universitarios.
Sin embargo, mis preferidas son Vintage Stuff y sus dos primeras novelas: Riotous Assembly y Indecent Exposure. La primera es una parodia sobre los libros clásicos de aventuras juveniles (tipo John Buchan). La historia nos traslada desde el recinto de un colegio privado inglés hasta un pequeño chateau francés. Y sus protagonistas son de lo mejorcito de Sharpe.
En cuanto a las dos primeras novelas, se salen un poco del resto. Para empezar están ambientas en una pequeña ciudad de la Sudáfrica del Apartheid. Tom Sharpe aguantó durante diez años viviendo allí, antes de que el gobierno de Pretoria le deportara. Su venganza fue terrible: dos pequeños libros en los que se burla sin piedad de los afrikaaner. Una pena que no siguiera contándonos más aventuras del Kommandant van Heerden, del Luitenant Verkramp y, sobre todo, del Konstabel Els.
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