Aunque parezca mentira, hay tipos de periodismo que discurren por rutas poco transitadas, honrando la profesión. Si, si. No sólo existen reproductores de notas de prensa y vendedores de alfombras. No todo es autobombo de grupos mediáticos con intereses en todo: cine, música, política, editoriales…
Hay periodistas que salen a buscar la vida y tratan de llevarnos hasta nuestras casas una realidad de la que no sabemos nada. Por incómoda o por lejana. Gente como
Günter Wallraff o como
Ryszard Kapuściński.
Günter Wallraff se ha hecho famoso por su forma de trabajar: se introduce en un grupo determinado de personas como uno más, y luego cuenta su historia. Con rigor y respeto. Sobre todo, con respeto. De esta forma a lo largo de su larga vida se ha hecho pasar por mendigo, alcohólico, teleoperador, trabajador en mil y una fábricas diferentes, periodista, turco en Alemania, iraní en Japón, negro…
Sus reportajes nos presentan siempre una realidad de la que nada sabemos, o nada queremos saber, aunque se encuentre a la vuelta de la esquina. Una realidad que margina al débil, al extranjero, al analfabeto, al enfermo. Una realidad que, por otra parte, es más fácil de cambiar de lo que creemos. Tan sólo basta con que se conozca, con que deje de quedar oculta bajo la alfombra para que empiece a resolverse. O al menos para que se haga algo.
Aunque, en mi opinión, su mejor trabajo es
Cabeza de turco, merece la pena echarle un vistazo a su último libro en español. En
Con los perdedores del mejor de los mundos, Wallraff vuelve a las andadas. La Alemania, la Europa, actual sigue teniendo su lado oscuro. Y hace falta conocerlo.
Ryszard Kapuściński murió hace tres años, pero nos ha dejado una obra en la que el periodismo y la literatura se dan la mano de una forma excepcional. Al contrario que en el llamado Nuevo periodismo, lo que nos cuenta no es literatura por la forma. Lo es por el fondo. Porque lo que revivimos a lo largo de sus libros es lo que él vio con sus propios ojos. El miedo, la angustia, la alegría, la decepción o la esperanza que narra le rodearon durante todo el tiempo.
Sus libros son todos muy recomendables. Los más famosos quizás sean
El Emperador y
El Sha o la desmesura del poder. El primero narra su estancia en la Etiopía de Haile Selassie. El segundo nos descubre el Irán y la persona del Sha Mohamed Reza Pahlevi.
A mi me gustaron más
Ébano, en donde recoge sus impresiones sobre varios países africanos por los que pasó, o
Viajes con Herodoto, todavía más autobiográfico y en el que reflexiona sobre la forma de contar las cosas que tenía el griego y el periodismo actual.
La guerra del fútbol (más sobre África y reportajes sobre Centroamérica, como el que da título al libro),
Los cínicos no sirven para este oficio (reflexiones sobre el periodismo a través de varias entrevistas) o
La jungla polaca (con reportajes de sus años mozos) son interesantes, pero me gustaron menos.
Finalmente, mis preferidos son:
El Imperio y
Un día más con vida. El primero nos lleva a través de la historia de la Unión Soviética, desde sus recuerdos de infancia, con una Polonia hambrienta, hasta sus viajes por la URSS cuando ya era un periodista hecho y derecho. El segundo nos relata sus experiencias en Angola en 1975, cuando la retirada de los portugueses dio origen a una guerra para hacerse con el poder del nuevo país. Lo mejor que se podía esperar en aquellos días era terminar la jornada haciendo honor al título del libro.
En definitiva lo que une a estos dos periodistas es que, tanto para Kapuściński como para Wallraff, sólo cuenta lo que se vive en primera persona. Lo demás, es corta y pega.
Por cierto, todos los libros están editados en España por Anagrama. No me pagan nada por hacerles publicidad. Pero el que una editorial tenga en sus fondos tantos libros interesantes no es casualidad, y merece hacerles justicia.