jueves, 4 de noviembre de 2010

Apología del cuentacuentos

Los primeros libros fueron contados en voz alta de generación en generación hasta que alguien decidió ponerlos por escrito. A lo niños también les fascina que les contemos cuentos, incluso cuando ya saben leer y podrían buscarlos por si mismos. Sin embargo, al crecer, las sociedades y las personas parece que vamos olvidando la fascinación que ejercen sobre nosotros los narradores de historias.


Y lo bueno es que los cuentacuentos han vuelto. No sólo los de carne y hueso que llenan las bibliotecas, escuelas o salones municipales los fines de semana. No, me refiero a los audiolibros. Pocos placeres hay tan sencillos y mágicos como el que alguien nos lea un libro como cuando éramos pequeños.

En el coche, en el autobús o el tren que nos lleva al trabajo, mientras paseamos al perro, cuando corremos, durante las esperas en el aeropuerto… A pesar de que el trabajo y la familia nos “comen” muchas horas de vida, todavía tenemos tiempos muertos que pueden ser llenados con las historias que más nos gustan. O al menos, lo puedes hacer si eres inglés o alemán. Si eres español, francés, italiano o portugués la cosa está más cruda.

Supongo que la razón tendrá que ver con el tamaño del mercado, pero lo cierto es que de los países europeos que conozco (no sé que pasará en el norte, ni en el este, ni en Japón o China) sólo el mercado inglés tiene una oferta en condiciones. De hecho, en Estados Unidos se publican a la vez casi todas las novelas en los cuatro formatos: hardcover, paperback, e-book y audiobook. En España tenemos el Quijote, algunos libros de autoayuda y poco más. En Italia y Portugal, lo mismo. En Francia hay algo más, pero siguen siendo tuertos con dioptrías. Sólo en Alemania se publican suficientes audiolibros como para poder decir que la oferta te permite elegir.

Cuando todo el mundo lleva un aparato que reproduce ficheros de audio en el bolsillo, tienen que existir razones de peso para que las editoriales no cubran ese hueco. O eso o la ineptitud de los responsables de esas editoriales supera la de las grandes empresas de otros sectores. Algo difícil de creer, el listón está muy alto.

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