Hay gente que vive para demostrar que es mejor que los demás. Gente
acomplejada que, en lugar de disfrutar de sus dones, pisan a otros para poder
creerse por encima de ellos. Los pobres.
Los duelos han marcado a todas las culturas desde que el mundo es
mundo. Aquiles ya usaba a Héctor para apagar su sed de venganza. Y lo desafiaba
en un combate personal, uno contra otro, que es lo que diferencia un duelo de
una batalla o una competición.
Desde el principio el cine vivió en gran parte gracias a los duelos.
Los de los pistoleros llenaron las pantallas muy temprano. Quizás por eso, las
películas del Oeste se parecen a las obras de la Grecia clásica.
Pero además de duelos sangrientos, el cine también ha mostrado unos
en los que lo que hay que demostrar es quién la toca mejor. Duelo de pianos,
como el de La leyenda del pianista en el
océano. Duelo de banjos, como en Deliverance,
el más mítico de todos. O duelo de guitarras después de haber vendido el alma
al diablo en un cruce de caminos, como el de Crossroads.
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